Muy buenas a todos. Al teclado el
segundo joven formador del blog. Me estreno escribiendo para dicho proyecto con
un artículo sobre política, más concretamente sobre cómo deberían ser y
funcionar los sistemas políticos en nuestro tiempo.
Hoy en día y, prácticamente,
desde el fin de la II Guerra Mundial, existe una corriente de pensamiento
político generalizado, maximalista y, paradójicamente, tan intolerante como los
sistemas de gobierno que tacha de autoritarios llamada democracia. Bajo los supuestas
ideas de libertad en todos los diversos ámbitos, ya sea de expresión, afinidad
política o filiación religiosa; igualdad de todas las personas y en todos los
lugares del globo terráqueo; y fraternidad, reflejada en las supuestas
políticas sociales de las que hace bandera, dicha agrupación de ideas llega a
la conclusión de que la democracia es el mejor y único sistema político que
puede sobrevivir en el mundo, atacando a todas las naciones que, por suerte o
desgracia, no poseen un sistema político afín al descrito, tachándolos de
totalitarios, políticamente incorrectos o, como hemos advertido anteriormente,
autoritarios, y denunciando supuestos crímenes contra la humanidad acaecidos
bajo estos últimos sistemas. Como ejemplo,
reflejemos en estas líneas, primeramente, el más cercano que poseemos:
el acoso y derribo que sufrió el régimen acaudillado por el General Franco en
España. Sistema político que no pretende ser defendido en este blog, puesto que
consideramos que fue una época pasada de nuestra historia. Sin embargo, no nos
sentimos avergonzados. Al contrario, estamos tan orgullosos de ella tanto como
de las miles de situaciones restantes vividas por nuestra Patria, negativas y
positivas, como pudieran ser el Desastre del 98 o la creación del mayor Imperio
terrenal conocido hasta la época a cargo de los siempre gentiles Reyes
Católicos y sus descendientes Carlos I y Felipe II, y reclamamos que objeto de
un juicio objetivo, fuera de posiciones subjetivas e influenciadas por
intereses de terceros, tanto democráticas como pro franquistas (estas últimas,
en la actualidad absolutamente marginadas por los librepensadores demócratas).
Por una parte, la supuesta
libertad de la que tanto se presume no lo es en tanto grado. En cuanto a la
libertad de expresión, nos hemos cansado de contemplar las pésimas
declaraciones de ciertos sectores abordando cuestiones tan importantes como el
derecho a la vida, despreciado mediante el aborto o, últimamente, con la nueva
moda consistente en la implantación de la eutanasia; como el valor fundamental
de la familia, vapuleado mediante el falso matrimonio homosexual (o bien, en su
defecto, uniones de hecho homosexuales reconocidas y retribuidas por los
Estados) o la fácil y rápida manera de destruir el matrimonio a cargo del
divorcio; como el fundamental sentimiento patriota de todo ser humano hacia lo
que considera su país (ya sea España, Cataluña, Albacete o Gibraltar. La
cuestión es amar a lo que se considera la casa propia, la nación),
infravalorado de forma absoluta por gran parte de la población. Estas acciones
y declaraciones, simples ejemplos de un sinfín de cuestiones aberrantes
imposibles de mencionar en tan poco espacio, no pueden ser objeto del uso
ordenado de la libertad de expresión. La libertad de expresión es lícita y
válida en el momento de tratar temas que, tanto en unas opiniones como en las
enfrentadas a éstas, siempre estarán acordes con la naturaleza humana. Es
decir, no se puede opinar sobre la validez de la eliminación de un nasciturus o
de un anciano porque va en contra de la Ley Natural intrínseca en el interior
de todo ser humano; no se puede opinar sobre la licitud de cualquier tipo de
unión homosexual o sobre la cualidad válida de la ruptura del matrimonio porque
son adversas a nuestra naturaleza, la cual se encamina hacia la unión de un
hombre y una mujer con el fin de compartirse mutuamente hasta la muerte y de
procrear a la prole; no es lícito declararse indiferente o, incluso, enemigo de
cualquier Patria (como hemos dicho antes, ya sea crea en la identidad nacional
de Córdoba, de Milán o de las Islas Caimán) relacionada con el individuo en
cuestión, porque se posicionaría uno en contra del ente que sus padres, los
padres de sus padres y así sucesivamente crearon con esfuerzo y tesón. Dejando
la exposición negativa, consistiría, por relatar algún ejemplo, en opinar sobre
la subida o bajada de la luz, la participación en conflictos armados
internacionales, la prohibición de cazar en determinados espacios naturales.
Estas cuestiones sí serían perfectamente defendibles desde los diversos puntos
de vista que se les quiera otorgar. Todo lo redactado se convierte en
extensible hacia las religiones. Deberían estar autorizadas aquéllas que
defiendan valores acordes a la naturaleza del hombre o, hablando en tono
negativo, habrían de ser prohibidas las confesiones que atenten contra la
misma, ya sea degradando a la mujer aposiciones inferiores a las de ciertos
animales, o bien ordenando asesinar al primogénito familiar; por dar simples
ejemplos.
Respecto a la igualdad de las
personas, es debido tener en cuenta que cada persona nace con unas cualidades y
características diferentes y que, precisamente lo que intenta obviar esta
democracia, sería lo que habría de hacerse: adaptar a cada individuo unas
posibilidades y una formación personalizada para que pueda desarrollarse
plenamente. Lo que en su contrario equivale a formar a todas las personas por
igual, sin tener en cuenta que unos destacarán más por su inteligencia, otros
por su potencial deportivo, etcétera. Lo relatado se vería en la práctica,
poniendo un simple ejemplo, separando desde las primeras clases colegiales a
los alumnos por niveles académicos. También, cómo no, abordamos el tema que tan
de moda se han encargado de colocarlas altas esferas de nuestro sistema: la
igualdad entre géneros. El hombre y la mujer son radical y sustancialmente
distintos: piensan, actúan, sienten y padecen de una forma diferente. El
cerebro de ambos está formado para que, precisamente a causa de esta
diferencia, sean atraídos mutuamente por el contrario. Supone una absoluta
desnaturalización del ser humano la equiparación que se está formulando,
llegándose a afirmar que no existen sexos, sino identidades sexuales y que cada
persona puede elegir la suya con absoluta indiferencia al sexo que posee desde
el nacimiento. Por otra parte, también querríamos afirmar que en el ámbito
profesional no se debe favorecer a ninguno de los dos sexos, debiendo ser el
fundamental rango de selección las actitudes y aptitudes encontradas en cada
persona y no la pertenencia a un sexo o raza determinados, la discriminación
positiva no hace sino empeorar las cosas (por ejemplo, en una universidad no ha
de entrar alguien de raza negra con preferencia a alguien de raza blanca por el
hecho de su raza, sino por su mejor currículum o capacidades; ha de
garantizarse la igualdad de oportunidades y no de resultados).
Para concluir, en cuanto a la
igualdad en todos los lugares del planeta, es preciso tener claro que la Tierra
no pertenece a todos los hombres desde una perspectiva general y unificadora,
sino que es propiedad de todo hijo de la especie humana previo paso por el
filtro de las nacionalidades, forma de organización humana, que tiene su origen
en el “clan primitivo”, y que es preciso mantener, pues el hombre sin cierto
control no puede ejercer la libertad, ya que se impondría la ley del más fuerte.
Está tremendamente claro que nosotros, como españoles que somos, no poseemos
pleno derecho sobre las tierras guineanas y que los habitantes de Guinea
tampoco tienen pleno poder de disfrute sobre España. La política democrática
globalizadora consistente en la unificación de pueblos mediante la mezcla y
fusión de culturas y razas es intrínsecamente perversa al conducir
inevitablemente a la desaparición de las diferentes culturas nacionales e
incluso locales de cada región del globo. Está claro que el intercambio
temporal de personas que, por razones turísticas, empresariales o profesionales
decidan trasladar su domicilio a otro país es gratificante, pues llena de
cultura y contribuye a agrandar la sabiduría de los mencionados individuos. Sin
embargo, la inmigración indiscriminada y sin control practicada actualmente y apoyada
por la inmensa mayoría de los gobiernos demócratas constituye claramente el
elemento a evitar, pues, dejando al margen lo relatado acerca de la
globalización, constituye un elemento de pobreza para absolutamente todos los
agentes participantes en ella. Los inmigrantes, acostumbrados a las miserias de
sus naciones originales, aceptan salarios y condiciones laborales en suma mucho
más precarias que las exigidas por los empleados patrios, lo que provoca que el
empresario se lucre de forma injusta e ilegal contratando a aquéllos. Esto
provoca que los descritos viajantes permanezcan en unas condiciones de pobreza
similares a las que pretendían dejar atrás y que, al pretender unas garantías y
circunstancias profesionales más altas, los nacionales contribuyan a elevar la
cifra del paro. En contrapartida, se debe poner en marcha un programa que siga
lo descrito entorno a ese fructífero intercambio para agrandar el conocimiento
entre culturas, pero lo que se ha de evitar es la futura cultura única mundial
fruto de la descrita mezcla indiscriminada de las diferentes partes del globo y
elemento destructivo de estas últimas. En cuanto a las diferencias de riqueza entre
las diferentes regiones, por una parte los lugares menos favorecidos deben
realizar un esfuerzo de estimulación hacia sus ciudadanos para intensificar la
productividad y profesionalidad de estos para, de esta manera, desterrar las
costumbres que les han llevado a su estado de miseria; por otra parte, se debe
exigir a los países con excesos de productividad y riqueza a contribuir
económica, material e incluso humanamente mediante la transmisión de conocimientos
en una estancia temporal al desarrollo de las regiones menos favorecidas que
muestren su absoluto compromiso con los postulados descritos entorno a ellos en
este último párrafo.
En lo referido a la fraternidad,
el actual sistema lo niega constantemente mediante políticas individualizadoras
que apoyan el lucro y el bien masivo propio, desviando absolutamente la
atención hacia el prójimo. Mencionadas orientaciones políticas se ven
reflejadas en el capitalismo salvaje, donde prima el acoso y derribo del resto
de compañeros tanto profesionales como vecinales e incluso familiares para
llegar a ser el número uno laboral, familiar y comunalmente. Sin embargo, el
hombre necesita de los demás individuos para poder sobrevivir, es un ser social
y, como tal, habría de fomentarse una conciencia social por la que la persona
sea plenamente consciente de su pertenencia, primero, al núcleo fundamental
sobre el que reposa toda civilización, la familia; segundo, a la nación a la
que debe también su existencia, pues ésta es fruto de la unión de millones de
familias alo largo de los siglos; y, tercer y último, al ente mundial de la
humanidad. Las diferentes políticas
sociales llevadas a término por nuestros intentos de representantes únicamente
han ido encaminadas a destruir el tejido social descrito. Ejemplos de ello han
sido varios de los ya mencionados anteriormente, como el pseudo matrimonio
homosexual, el divorcio o esa moda de negación de la patria y, sumándose a
éstos, la eliminación del libro de familia en el Registro Civil o el
otorgamiento de los subsidios de desempleo, los cuales únicamente van
encaminados hacia el desprecio del trabajo como simple mano de obra por parte
del empresario, olvidando su naturaleza vitalmente humana, contratando o
despidiendo a su antojo. No sería de recibo establecer un sistema donde los
salarios mediante ley hubieran de ser en cuantía mucho mayores, las
contrataciones fueran elevadas al primarlas el Estado y los subsidios
desaparecieran; así se estimularía al trabajador a buscar empleo, al empresario
a contratarlo y a la riqueza a ser mejor y más repartida. En definitiva, a
tener una mayor conciencia de sociedad en los términos descritos previamente.
Tras esta larga exposición,
encontramos a la democracia como un sistema contradictorio donde se pregona una
serie de ideas que, en definitiva, está en una posición muy alejada de la
realidad del mencionado régimen político. Como ya sabemos, el vocablo ‘demos’
significa en griego‘pueblo’ y la palabra ‘cracia’ constituye el ‘poder’, por lo
que, sin alardear de excesiva inteligencia, cualquier individuo podría llegar a
la conclusión deque la democracia es el poder del pueblo. Sin embargo, esto
constituye el culmen de la contradicción anunciada, la guinda de tan nefasto
pastel. La realidad en dicha cuestión es bien diferente. Bajo unas falsas
siglas alejadas abrumadoramente del momento social actual, esta peculiar forma
de gobierno separa a todas las naciones en una división someramente artificial,
que no es otra que la acaecida entre izquierda y derecha. Así, se permite
montar un gran circo mediático que mantiene distraído y, en suma, dormido,
alejado y desinteresado al ciudadano bajo y medio del devenir político y futuro
de las instituciones que pregonan representarlo. Con todo esto, intentamos dar
a entender que la frase proferida por Winston Churchill y defendida por los más
aguerridos defensores demócratas para justificar su sistema es falsa. La democracia
y el sistema liberal capitalista no es el sistema político menos malo, es uno
de los peores sistemas políticos conocidos junto con el marxismo. No obstante,
no crean ustedes que formamos el típico grupo de ideólogos dedicados a la
crítica indiscriminada sin formular una resolución, a nuestro parecer, lógica.
Las anteriores propuestas para cambiar las ridículas y sumarísimas situaciones
en las que se encuentra nuestro tiempo forman el pastel positivo y contrario al
descrito sistema que alardea falsamente de ser democrático, del que la
siguiente propuesta constituye la guinda perfecta.
Habría de sustituirse este
maloliente régimen liberal y progresista por uno en el que las bases del
funcionamiento político y social reposen sobre los postulados de la Ley Natural, recogidos todos
ellos en unas Leyes o Cartas Fundamentales (el vocablo ‘constitución’ nos
parece, en definitiva, pobre y vacío de contenido, propio del rechazado régimen,
aunque lo importante no es la palabra sino el contenido, ya que todos los regímenes
comunistas de la historia han tenido constitución y muchos de ellos se han
llamado repúblicas democráticas…) y donde las cuestiones descritas
anteriormente como discutibles, por no manchar la naturaleza humana ninguno de
sus postulados, sean defendidas individualmente por una serie de pocos
políticos que, o no recibirán ninguna cuantía por su profesión, o, bien ,acepten
una máxima posible constituida según el salario medio existente en cada momento
para su nación (los políticos no han de vivir de su idea política, pues ese sería
el camino más fácil para la corrupción; ya lo dijo Ramiro Ledesma Ramos, tan
honroso es aquel que muere por su idea política como despreciable aquel que
vive de ella). Un sistema en el que el amor a la Patria, al progreso económico
y al bien común procedan a ser su bandera, alejado en suma de la separación
ideológica de izquierda y derecha, pues los dirigentes deberán compartir de
fondo la misma ideología naturalista y patriota. Un régimen donde los
responsables de la dirección de la Patria no sean elegidos por un falso sistema
de votos en el que no se encuentra el devenir de la opinión pública, pues, por
una parte, esta puede ser moldeada al antojo de los magnates en cada momento;
por otra, existirán siempre millones de personas que no estarán de acuerdo con
el resultado electoral definitivo; y, por la última, en el caso de que quiera
un resultado negativo la inmensa mayoría de la población, esto no significaría
que lo elegido tuviera que ser cumplido, al ser intrínsicamente perverso
(poniendo un breve ejemplo, no porque un grupo de personas vote que el aborto
es bueno, el aborto alcanzará esa bonanza; ejemplo que todo el mundo ve claro
con el positivismo que llevó a los nazis en la segunda guerra mundial a
legalizar el exterminio de millones de personas). En lugar de lo descrito, para
cada puesto específico se tendrá que premiar la tecnocracia mediante una opulenta
oposición de conocimientos específicos en cada materia para desempeñar los
cargos ministeriales y presidenciales, todo ello bajo la tutela de un Jefe de
Estado, puesto que en ningún momento puede ser hereditario, claro en sus
principios encargado de vigilar el cumplimiento de los postulados descritos y
previo filtro de personas que defiendan dichos postulados. Así se descartará el
circo formado tanto por los medios de comunicación como por un parlamento, que
no vale en absoluto para nada excepto para perder el dinero de los
contribuyentes.
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