martes, 3 de enero de 2012

¿Es la democracia el sistema político menos malo?





Muy buenas a todos. Al teclado el segundo joven formador del blog. Me estreno escribiendo para dicho proyecto con un artículo sobre política, más concretamente sobre cómo deberían ser y funcionar los sistemas políticos en nuestro tiempo.







Hoy en día y, prácticamente, desde el fin de la II Guerra Mundial, existe una corriente de pensamiento político generalizado, maximalista y, paradójicamente, tan intolerante como los sistemas de gobierno que tacha de autoritarios llamada democracia. Bajo los supuestas ideas de libertad en todos los diversos ámbitos, ya sea de expresión, afinidad política o filiación religiosa; igualdad de todas las personas y en todos los lugares del globo terráqueo; y fraternidad, reflejada en las supuestas políticas sociales de las que hace bandera, dicha agrupación de ideas llega a la conclusión de que la democracia es el mejor y único sistema político que puede sobrevivir en el mundo, atacando a todas las naciones que, por suerte o desgracia, no poseen un sistema político afín al descrito, tachándolos de totalitarios, políticamente incorrectos o, como hemos advertido anteriormente, autoritarios, y denunciando supuestos crímenes contra la humanidad acaecidos bajo estos últimos sistemas. Como ejemplo,  reflejemos en estas líneas, primeramente, el más cercano que poseemos: el acoso y derribo que sufrió el régimen acaudillado por el General Franco en España. Sistema político que no pretende ser defendido en este blog, puesto que consideramos que fue una época pasada de nuestra historia. Sin embargo, no nos sentimos avergonzados. Al contrario, estamos tan orgullosos de ella tanto como de las miles de situaciones restantes vividas por nuestra Patria, negativas y positivas, como pudieran ser el Desastre del 98 o la creación del mayor Imperio terrenal conocido hasta la época a cargo de los siempre gentiles Reyes Católicos y sus descendientes Carlos I y Felipe II, y reclamamos que objeto de un juicio objetivo, fuera de posiciones subjetivas e influenciadas por intereses de terceros, tanto democráticas como pro franquistas (estas últimas, en la actualidad absolutamente marginadas por los librepensadores demócratas).







Por una parte, la supuesta libertad de la que tanto se presume no lo es en tanto grado. En cuanto a la libertad de expresión, nos hemos cansado de contemplar las pésimas declaraciones de ciertos sectores abordando cuestiones tan importantes como el derecho a la vida, despreciado mediante el aborto o, últimamente, con la nueva moda consistente en la implantación de la eutanasia; como el valor fundamental de la familia, vapuleado mediante el falso matrimonio homosexual (o bien, en su defecto, uniones de hecho homosexuales reconocidas y retribuidas por los Estados) o la fácil y rápida manera de destruir el matrimonio a cargo del divorcio; como el fundamental sentimiento patriota de todo ser humano hacia lo que considera su país (ya sea España, Cataluña, Albacete o Gibraltar. La cuestión es amar a lo que se considera la casa propia, la nación), infravalorado de forma absoluta por gran parte de la población. Estas acciones y declaraciones, simples ejemplos de un sinfín de cuestiones aberrantes imposibles de mencionar en tan poco espacio, no pueden ser objeto del uso ordenado de la libertad de expresión. La libertad de expresión es lícita y válida en el momento de tratar temas que, tanto en unas opiniones como en las enfrentadas a éstas, siempre estarán acordes con la naturaleza humana. Es decir, no se puede opinar sobre la validez de la eliminación de un nasciturus o de un anciano porque va en contra de la Ley Natural intrínseca en el interior de todo ser humano; no se puede opinar sobre la licitud de cualquier tipo de unión homosexual o sobre la cualidad válida de la ruptura del matrimonio porque son adversas a nuestra naturaleza, la cual se encamina hacia la unión de un hombre y una mujer con el fin de compartirse mutuamente hasta la muerte y de procrear a la prole; no es lícito declararse indiferente o, incluso, enemigo de cualquier Patria (como hemos dicho antes, ya sea crea en la identidad nacional de Córdoba, de Milán o de las Islas Caimán) relacionada con el individuo en cuestión, porque se posicionaría uno en contra del ente que sus padres, los padres de sus padres y así sucesivamente crearon con esfuerzo y tesón. Dejando la exposición negativa, consistiría, por relatar algún ejemplo, en opinar sobre la subida o bajada de la luz, la participación en conflictos armados internacionales, la prohibición de cazar en determinados espacios naturales. Estas cuestiones sí serían perfectamente defendibles desde los diversos puntos de vista que se les quiera otorgar. Todo lo redactado se convierte en extensible hacia las religiones. Deberían estar autorizadas aquéllas que defiendan valores acordes a la naturaleza del hombre o, hablando en tono negativo, habrían de ser prohibidas las confesiones que atenten contra la misma, ya sea degradando a la mujer aposiciones inferiores a las de ciertos animales, o bien ordenando asesinar al primogénito familiar; por dar simples ejemplos.







Respecto a la igualdad de las personas, es debido tener en cuenta que cada persona nace con unas cualidades y características diferentes y que, precisamente lo que intenta obviar esta democracia, sería lo que habría de hacerse: adaptar a cada individuo unas posibilidades y una formación personalizada para que pueda desarrollarse plenamente. Lo que en su contrario equivale a formar a todas las personas por igual, sin tener en cuenta que unos destacarán más por su inteligencia, otros por su potencial deportivo, etcétera. Lo relatado se vería en la práctica, poniendo un simple ejemplo, separando desde las primeras clases colegiales a los alumnos por niveles académicos. También, cómo no, abordamos el tema que tan de moda se han encargado de colocarlas altas esferas de nuestro sistema: la igualdad entre géneros. El hombre y la mujer son radical y sustancialmente distintos: piensan, actúan, sienten y padecen de una forma diferente. El cerebro de ambos está formado para que, precisamente a causa de esta diferencia, sean atraídos mutuamente por el contrario. Supone una absoluta desnaturalización del ser humano la equiparación que se está formulando, llegándose a afirmar que no existen sexos, sino identidades sexuales y que cada persona puede elegir la suya con absoluta indiferencia al sexo que posee desde el nacimiento. Por otra parte, también querríamos afirmar que en el ámbito profesional no se debe favorecer a ninguno de los dos sexos, debiendo ser el fundamental rango de selección las actitudes y aptitudes encontradas en cada persona y no la pertenencia a un sexo o raza determinados, la discriminación positiva no hace sino empeorar las cosas (por ejemplo, en una universidad no ha de entrar alguien de raza negra con preferencia a alguien de raza blanca por el hecho de su raza, sino por su mejor currículum o capacidades; ha de garantizarse la igualdad de oportunidades y no de resultados).







Para concluir, en cuanto a la igualdad en todos los lugares del planeta, es preciso tener claro que la Tierra no pertenece a todos los hombres desde una perspectiva general y unificadora, sino que es propiedad de todo hijo de la especie humana previo paso por el filtro de las nacionalidades, forma de organización humana, que tiene su origen en el “clan primitivo”, y que es preciso mantener, pues el hombre sin cierto control no puede ejercer la libertad, ya que se impondría la ley del más fuerte. Está tremendamente claro que nosotros, como españoles que somos, no poseemos pleno derecho sobre las tierras guineanas y que los habitantes de Guinea tampoco tienen pleno poder de disfrute sobre España. La política democrática globalizadora consistente en la unificación de pueblos mediante la mezcla y fusión de culturas y razas es intrínsecamente perversa al conducir inevitablemente a la desaparición de las diferentes culturas nacionales e incluso locales de cada región del globo. Está claro que el intercambio temporal de personas que, por razones turísticas, empresariales o profesionales decidan trasladar su domicilio a otro país es gratificante, pues llena de cultura y contribuye a agrandar la sabiduría de los mencionados individuos. Sin embargo, la inmigración indiscriminada y sin control practicada actualmente y apoyada por la inmensa mayoría de los gobiernos demócratas constituye claramente el elemento a evitar, pues, dejando al margen lo relatado acerca de la globalización, constituye un elemento de pobreza para absolutamente todos los agentes participantes en ella. Los inmigrantes, acostumbrados a las miserias de sus naciones originales, aceptan salarios y condiciones laborales en suma mucho más precarias que las exigidas por los empleados patrios, lo que provoca que el empresario se lucre de forma injusta e ilegal contratando a aquéllos. Esto provoca que los descritos viajantes permanezcan en unas condiciones de pobreza similares a las que pretendían dejar atrás y que, al pretender unas garantías y circunstancias profesionales más altas, los nacionales contribuyan a elevar la cifra del paro. En contrapartida, se debe poner en marcha un programa que siga lo descrito entorno a ese fructífero intercambio para agrandar el conocimiento entre culturas, pero lo que se ha de evitar es la futura cultura única mundial fruto de la descrita mezcla indiscriminada de las diferentes partes del globo y elemento destructivo de estas últimas. En cuanto a las diferencias de riqueza entre las diferentes regiones, por una parte los lugares menos favorecidos deben realizar un esfuerzo de estimulación hacia sus ciudadanos para intensificar la productividad y profesionalidad de estos para, de esta manera, desterrar las costumbres que les han llevado a su estado de miseria; por otra parte, se debe exigir a los países con excesos de productividad y riqueza a contribuir económica, material e incluso humanamente mediante la transmisión de conocimientos en una estancia temporal al desarrollo de las regiones menos favorecidas que muestren su absoluto compromiso con los postulados descritos entorno a ellos en este último párrafo.







En lo referido a la fraternidad, el actual sistema lo niega constantemente mediante políticas individualizadoras que apoyan el lucro y el bien masivo propio, desviando absolutamente la atención hacia el prójimo. Mencionadas orientaciones políticas se ven reflejadas en el capitalismo salvaje, donde prima el acoso y derribo del resto de compañeros tanto profesionales como vecinales e incluso familiares para llegar a ser el número uno laboral, familiar y comunalmente. Sin embargo, el hombre necesita de los demás individuos para poder sobrevivir, es un ser social y, como tal, habría de fomentarse una conciencia social por la que la persona sea plenamente consciente de su pertenencia, primero, al núcleo fundamental sobre el que reposa toda civilización, la familia; segundo, a la nación a la que debe también su existencia, pues ésta es fruto de la unión de millones de familias alo largo de los siglos; y, tercer y último, al ente mundial de la humanidad.  Las diferentes políticas sociales llevadas a término por nuestros intentos de representantes únicamente han ido encaminadas a destruir el tejido social descrito. Ejemplos de ello han sido varios de los ya mencionados anteriormente, como el pseudo matrimonio homosexual, el divorcio o esa moda de negación de la patria y, sumándose a éstos, la eliminación del libro de familia en el Registro Civil o el otorgamiento de los subsidios de desempleo, los cuales únicamente van encaminados hacia el desprecio del trabajo como simple mano de obra por parte del empresario, olvidando su naturaleza vitalmente humana, contratando o despidiendo a su antojo. No sería de recibo establecer un sistema donde los salarios mediante ley hubieran de ser en cuantía mucho mayores, las contrataciones fueran elevadas al primarlas el Estado y los subsidios desaparecieran; así se estimularía al trabajador a buscar empleo, al empresario a contratarlo y a la riqueza a ser mejor y más repartida. En definitiva, a tener una mayor conciencia de sociedad en los términos descritos previamente.







Tras esta larga exposición, encontramos a la democracia como un sistema contradictorio donde se pregona una serie de ideas que, en definitiva, está en una posición muy alejada de la realidad del mencionado régimen político. Como ya sabemos, el vocablo ‘demos’ significa en griego‘pueblo’ y la palabra ‘cracia’ constituye el ‘poder’, por lo que, sin alardear de excesiva inteligencia, cualquier individuo podría llegar a la conclusión deque la democracia es el poder del pueblo. Sin embargo, esto constituye el culmen de la contradicción anunciada, la guinda de tan nefasto pastel. La realidad en dicha cuestión es bien diferente. Bajo unas falsas siglas alejadas abrumadoramente del momento social actual, esta peculiar forma de gobierno separa a todas las naciones en una división someramente artificial, que no es otra que la acaecida entre izquierda y derecha. Así, se permite montar un gran circo mediático que mantiene distraído y, en suma, dormido, alejado y desinteresado al ciudadano bajo y medio del devenir político y futuro de las instituciones que pregonan representarlo. Con todo esto, intentamos dar a entender que la frase proferida por Winston Churchill y defendida por los más aguerridos defensores demócratas para justificar su sistema es falsa. La democracia y el sistema liberal capitalista no es el sistema político menos malo, es uno de los peores sistemas políticos conocidos junto con el marxismo. No obstante, no crean ustedes que formamos el típico grupo de ideólogos dedicados a la crítica indiscriminada sin formular una resolución, a nuestro parecer, lógica. Las anteriores propuestas para cambiar las ridículas y sumarísimas situaciones en las que se encuentra nuestro tiempo forman el pastel positivo y contrario al descrito sistema que alardea falsamente de ser democrático, del que la siguiente propuesta constituye la guinda perfecta.





Habría de sustituirse este maloliente régimen liberal y progresista por uno en el que las bases del funcionamiento político y social reposen sobre los  postulados de la Ley Natural, recogidos todos ellos en unas Leyes o Cartas Fundamentales (el vocablo ‘constitución’ nos parece, en definitiva, pobre y vacío de contenido, propio del rechazado régimen, aunque lo importante no es la palabra sino el contenido, ya que todos los regímenes comunistas de la historia han tenido constitución y muchos de ellos se han llamado repúblicas democráticas…) y donde las cuestiones descritas anteriormente como discutibles, por no manchar la naturaleza humana ninguno de sus postulados, sean defendidas individualmente por una serie de pocos políticos que, o no recibirán ninguna cuantía por su profesión, o, bien ,acepten una máxima posible constituida según el salario medio existente en cada momento para su nación (los políticos no han de vivir de su idea política, pues ese sería el camino más fácil para la corrupción; ya lo dijo Ramiro Ledesma Ramos, tan honroso es aquel que muere por su idea política como despreciable aquel que vive de ella). Un sistema en el que el amor a la Patria, al progreso económico y al bien común procedan a ser su bandera, alejado en suma de la separación ideológica de izquierda y derecha, pues los dirigentes deberán compartir de fondo la misma ideología naturalista y patriota. Un régimen donde los responsables de la dirección de la Patria no sean elegidos por un falso sistema de votos en el que no se encuentra el devenir de la opinión pública, pues, por una parte, esta puede ser moldeada al antojo de los magnates en cada momento; por otra, existirán siempre millones de personas que no estarán de acuerdo con el resultado electoral definitivo; y, por la última, en el caso de que quiera un resultado negativo la inmensa mayoría de la población, esto no significaría que lo elegido tuviera que ser cumplido, al ser intrínsicamente perverso (poniendo un breve ejemplo, no porque un grupo de personas vote que el aborto es bueno, el aborto alcanzará esa bonanza; ejemplo que todo el mundo ve claro con el positivismo que llevó a los nazis en la segunda guerra mundial a legalizar el exterminio de millones de personas). En lugar de lo descrito, para cada puesto específico se tendrá que premiar la tecnocracia mediante una opulenta oposición de conocimientos específicos en cada materia para desempeñar los cargos ministeriales y presidenciales, todo ello bajo la tutela de un Jefe de Estado, puesto que en ningún momento puede ser hereditario, claro en sus principios encargado de vigilar el cumplimiento de los postulados descritos y previo filtro de personas que defiendan dichos postulados. Así se descartará el circo formado tanto por los medios de comunicación como por un parlamento, que no vale en absoluto para nada excepto para perder el dinero de los contribuyentes.

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