En esta ocasión
dedicaremos nuestro espacio al análisis del ente más importante, después de
Dios, al que profesamos creencia, la Patria.
El vocablo
‘patria’ proviene del término latino ‘pater’, que significa padre. Dada así la
descrita definición, no es muy complicado llegar a la conclusión consistente en
que la patria es la tierra de nuestros padres y, en nuestro caso concreto, es
España. Desde antaño nuestros antepasados forjaron en ella su vida y carácter,
conviviendo y uniendo culturas, razas y civilizaciones (las cuales eran todas
muy semejantes, aunque no del todo iguales) para formar lentamente y con el
paso de los años al ente al que hoy dedicamos estas líneas.
Dicha unión de
culturas, razas y civilizaciones parece clarividente pues, tratando el caso
español, sería erróneo afirmar que provenimos de una sola forma de vida que ha
evolucionado sin influencia externa hasta nuestros días, como sí podría ser,
ejemplificantemente, el caso de Irlanda. A mencionada unión quizá pudo contribuir
la situación geográfica de España, anclada en un paso de caminos tanto en la
superficie terrestre, entre Europa y África, como en la marina, entre el
Mediterráneo y el Atlántico. El caso es que dicho conglomerado heterogéneo de
personas se vino produciendo desde antiguo, inicialmente mediante la mezcla de
los diferentes pueblos peninsulares, tanto entre ellos como con el conquistador
romano, formando así a lo largo de varios siglos una mezcla formada por celtas,
distintos pueblos de origen íbero y los mismos romanos. Descrita mezcla se vio
culminada con la llegada de los diversos pueblos germanos que se estacionaron
en nuestro territorio, como los visigodos, suevos, vándalos y alanos. Es de
obligada mención, ante las continuas desinformaciones interesadas y/o
ignorantes acerca de la cuestión, que las influencias fenicia y musulmana únicamente
se constituyeron en comerciales y culturales,
no así raciales pues los fenicios, por una parte, solamente fundaron la
ciudad de Cádiz con un espíritu práctico destinado hacia el comercio,
abandonando el emplazamiento al tiempo que vieron menguado su interés por dicho
intercambio económico, por otro lado, en los puertos mediterráneos peninsulares
que visitaban asiduamente pasó cosa exacta, al desaparecer su interés en ellos
dejaron de asistir a los descritos lugares, sin dejar rastro de mezcla racial.
En cuanto a los musulmanes, existe una creencia errónea desmentida por varios
historiadores de reconocido prestigio tales como César Vidal consistente en afirmar
que la invasión consistió en una colonización, cuando realmente lo producido
fue una intromisión de tropas comandadas por un caudillo que otorgaron
privilegios a la población hispana que se convirtiere al Islam, por lo que, si
hubo mezcla, fue de los mencionados militares, constituyendo una misérrima
parte de la población. A tener en cuanta es que durante los 8 siglos que
permanecieron en la Península, no hubo un solo momento en el que no hubiera
guerra entre reinos cristiano y musulmanes.
Finalmente, en
cuanto a las labores de reconquista, donde suele afirmarse que fueron realizadas
por diferentes pueblos cristianos, es debido afirmar que estos pueblos eran
diferentes en cuanto a escudo o derivación de la lengua utilizada, pero en la
esencia cultural, civilizadora y racial pertenecían a un ente común formado en
la unión descrita con anterioridad. Era, pues, lógico y coherente que
finalizaran su andadura con la conjunción de todos ellos en uno sólo que abarcase
a toda esa civilización residente en la península ibérica, llamado
posteriormente España.
Pero la grandiosidad
de nuestra patria no se queda sólo en todo lo anteriormente descrito. Cada
nación tiene sus señas de identidad por las que se siente orgullosa y éstas no
concluyen con la simple formación, sino que prosiguen con el desarrollo del
pueblo, lleno de hazañas, actos heroicos, etcétera. En nuestro caso, los
españoles poseemos tanto el haber sido el pueblo mediterráneo que más costó
conquistar a Roma –recordemos, entre otros, el sitio de Numancia o la resistencia
cántabra- como haber servido fielmente al grandioso imperio latino, expulsado heroicamente
a los musulmanes usurpadores de nuestras tierras, conquistando y civilizando el
Nuevo Mundo, poseído el mayor imperio terrenal hasta la fecha conocido o sido
la mayor potencia europea durante siglos. Son archifamosas ya las nobles y
grandiosas gestas de nuestro Cid Campeador, así como de nuestros grandes reyes,
como Alfonso X El Sabio, los Reyes Católicos, el emperador Carlos I, Felipe II,
etcétera. También, entre estas gestas cabe destacar a los nobilísimos Tercios
españoles, que sembraron de orgullo español toda Europa y América y que,
también, constituyeron el terror de la época para nuestros enemigos; a la
Conquista de todo el vasto imperio azteca por parte de Hernán Cortés con sólo
trescientos valientes españoles a su mando; la toma de Granada por parte de los
Reyes Católicos, con la que se concluía la expulsión del invasor de nuestras
tierras; la Armada Invencible que, por la desgracia del mal tiempo que sufrió,
no logró invadir Gran Bretaña –piénsese en la repercusión histórica y social
que hubiera tenido pues, entre otras cuestiones, en estos momentos seríamos los
españoles y no los británicos los que no habríamos de aprender un idioma
extranjero para comunicarnos con el exterior-; la captura y reclusión del rey
francés Francisco I por parte de los Tercios de nuestro rey Carlos I así como
de otros importantes dirigentes europeos, como el entonces Papa Clemente VII,
la resistencia a las tropas estadounidenses en Filipinas ola expulsión de las
destructoras y asesinas hordas marxistas de nuestra tierra ya en el siglo XX. A
todos estos nobles, heroicos y grandes actos y añadiendo todos los que nos
dejamos (que, en suma, son infinitamente mayores) les debemos respeto,
recuerdo, orgullo y emoción, pues fue así como se forjó nuestra noble Patria a
lo largo de los siglos. Sembrando la admiración, el respeto e incluso el miedo
entre el resto de naciones hacia nosotros.
Es por este
motivo por lo que exigimos esta orgullo de los españoles hacia su Tierra y Patria,
hacia su Pueblo en definitiva, puesto que es la obra que durante miles de años
sus antepasados forjaron con su esfuerzo y tesón pensando en sus hijos, generación
tras generación, hasta llegar a nuestros días. Constituyen ofensas gravísimas
las acaecidas a cargo de algunos ignorantes que, con la excusa de poseer,
además del castellano, una lengua diversa al mismo, o bien, unas tradiciones
locales específicas, defiendan una supuesta Patria distinta de la española. Entre
los casos más sonados encontramos a las españolísimas regiones de Cataluña (no
olvidemos que los colores rojo y gualda de la bandera española vienen del
pabellón catalán-aragonés) y Vascongadas. Tanto la cultura, como la
civilización y como la raza son las mismas en todas las partes diversas de
España, incluyendo estos dos territorios. Quizá en siglos primitivos pudo
conversarse acerca de una raza vasca pura, sin embargo hablar de ello hoy en
día es totalmente una estupidez, pues mediante la mezcla y las migraciones a lo
largo de los siglo y aún más en los dos últimos con las sucesivas reconversiones
sociales, industriales y económicas que sufrió nuestra nación, es evidente que
tal raza primate se ha desvanecido por completo, llegando a integrarse en ese
cómputo de razas formadoras de la estirpe española. El caso catalán es similar,
sin embargo, gozan todavía de menor razón en cuanto al argumento racial, pues
desde el inicio estuvieron dentro del cómputo global racial del resto de la
Península, sin existir una unión posterior. Como ejemplos breves, podrían
mencionarse los innumerables vascos y catalanes con ascendencia andaluza o
extremeña, llegando incluso en número a superar a los que cuentan todos los
elementos de sus tres generaciones anteriores como autóctonos de la Tierra.
En cuanto a la
lengua y la cultura, ocurre una cuestión similar. El castellano o español es
lengua común de todas las personas españolas, tanto un vasco como un catalán o
un murciano hablan español, cada ente con su peculiar acento, pero la lengua
usada existente es el castellano. Puede ocurrir que, fruto de la antigua desmembración
que sufrió nuestra Patria en el esfuerzo por reconquistar tierras al musulmán,
pudieran darse peculiaridades locales consistentes en tecnicismos culturales o
lingüísticos, pero sin duda constituyen más bien una fuente de riqueza de
nuestra nación y no así un punto de confrontación.
Por último, es
debido reseñar la existencia de bestias inmundas que dedican su tiempo a atacar
a la Patria con la excusa de la internacionalización del mundo, favorables a la
existencia de un mundo sin fronteras ni pueblos, en definitiva, sin identidad.
Nos referimos claramente tanto al capitalismo como al marxismo. Ambos, con sus
armas, llegan a una misma conclusión: la creación de un mundo cosmopolita donde
la identidad nacional, en la que se engloban las ideas de civilización, raza y
cultura desarrolladas hasta ahora, no existe y, en su lugar, acaecería un ente
mundial destructor de todo elemento identificativo, una masa absorbente
destructora de tradiciones e historia. Se ve reflejado, como hemos mencionado,
tanto en el mundo globalizado capitalista como en el mundo internacionalizado
marxista. Ambos entes constituyen simplemente un juego de vocablos diverso para
definir distintas ideas pero de igual destructivo resultado. Caminamos hacia
ello, pero algunos intentaremos resistir hasta el extremo.
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