jueves, 23 de febrero de 2012

Hispania



En esta ocasión dedicaremos nuestro espacio al análisis del ente más importante, después de Dios, al que profesamos creencia, la Patria.

El vocablo ‘patria’ proviene del término latino ‘pater’, que significa padre. Dada así la descrita definición, no es muy complicado llegar a la conclusión consistente en que la patria es la tierra de nuestros padres y, en nuestro caso concreto, es España. Desde antaño nuestros antepasados forjaron en ella su vida y carácter, conviviendo y uniendo culturas, razas y civilizaciones (las cuales eran todas muy semejantes, aunque no del todo iguales) para formar lentamente y con el paso de los años al ente al que hoy dedicamos estas líneas.

Dicha unión de culturas, razas y civilizaciones parece clarividente pues, tratando el caso español, sería erróneo afirmar que provenimos de una sola forma de vida que ha evolucionado sin influencia externa hasta nuestros días, como sí podría ser, ejemplificantemente, el caso de Irlanda. A mencionada unión quizá pudo contribuir la situación geográfica de España, anclada en un paso de caminos tanto en la superficie terrestre, entre Europa y África, como en la marina, entre el Mediterráneo y el Atlántico. El caso es que dicho conglomerado heterogéneo de personas se vino produciendo desde antiguo, inicialmente mediante la mezcla de los diferentes pueblos peninsulares, tanto entre ellos como con el conquistador romano, formando así a lo largo de varios siglos una mezcla formada por celtas, distintos pueblos de origen íbero y los mismos romanos. Descrita mezcla se vio culminada con la llegada de los diversos pueblos germanos que se estacionaron en nuestro territorio, como los visigodos, suevos, vándalos y alanos. Es de obligada mención, ante las continuas desinformaciones interesadas y/o ignorantes acerca de la cuestión, que las influencias fenicia y musulmana únicamente se constituyeron en comerciales y culturales,  no así raciales pues los fenicios, por una parte, solamente fundaron la ciudad de Cádiz con un espíritu práctico destinado hacia el comercio, abandonando el emplazamiento al tiempo que vieron menguado su interés por dicho intercambio económico, por otro lado, en los puertos mediterráneos peninsulares que visitaban asiduamente pasó cosa exacta, al desaparecer su interés en ellos dejaron de asistir a los descritos lugares, sin dejar rastro de mezcla racial. En cuanto a los musulmanes, existe una creencia errónea desmentida por varios historiadores de reconocido prestigio tales como César Vidal consistente en afirmar que la invasión consistió en una colonización, cuando realmente lo producido fue una intromisión de tropas comandadas por un caudillo que otorgaron privilegios a la población hispana que se convirtiere al Islam, por lo que, si hubo mezcla, fue de los mencionados militares, constituyendo una misérrima parte de la población. A tener en cuanta es que durante los 8 siglos que permanecieron en la Península, no hubo un solo momento en el que no hubiera guerra entre reinos cristiano y musulmanes.

Finalmente, en cuanto a las labores de reconquista, donde suele afirmarse que fueron realizadas por diferentes pueblos cristianos, es debido afirmar que estos pueblos eran diferentes en cuanto a escudo o derivación de la lengua utilizada, pero en la esencia cultural, civilizadora y racial pertenecían a un ente común formado en la unión descrita con anterioridad. Era, pues, lógico y coherente que finalizaran su andadura con la conjunción de todos ellos en uno sólo que abarcase a toda esa civilización residente en la península ibérica, llamado posteriormente España.


Pero la grandiosidad de nuestra patria no se queda sólo en todo lo anteriormente descrito. Cada nación tiene sus señas de identidad por las que se siente orgullosa y éstas no concluyen con la simple formación, sino que prosiguen con el desarrollo del pueblo, lleno de hazañas, actos heroicos, etcétera. En nuestro caso, los españoles poseemos tanto el haber sido el pueblo mediterráneo que más costó conquistar a Roma –recordemos, entre otros, el sitio de Numancia o la resistencia cántabra- como haber servido fielmente al grandioso imperio latino, expulsado heroicamente a los musulmanes usurpadores de nuestras tierras, conquistando y civilizando el Nuevo Mundo, poseído el mayor imperio terrenal hasta la fecha conocido o sido la mayor potencia europea durante siglos. Son archifamosas ya las nobles y grandiosas gestas de nuestro Cid Campeador, así como de nuestros grandes reyes, como Alfonso X El Sabio, los Reyes Católicos, el emperador Carlos I, Felipe II, etcétera. También, entre estas gestas cabe destacar a los nobilísimos Tercios españoles, que sembraron de orgullo español toda Europa y América y que, también, constituyeron el terror de la época para nuestros enemigos; a la Conquista de todo el vasto imperio azteca por parte de Hernán Cortés con sólo trescientos valientes españoles a su mando; la toma de Granada por parte de los Reyes Católicos, con la que se concluía la expulsión del invasor de nuestras tierras; la Armada Invencible que, por la desgracia del mal tiempo que sufrió, no logró invadir Gran Bretaña –piénsese en la repercusión histórica y social que hubiera tenido pues, entre otras cuestiones, en estos momentos seríamos los españoles y no los británicos los que no habríamos de aprender un idioma extranjero para comunicarnos con el exterior-; la captura y reclusión del rey francés Francisco I por parte de los Tercios de nuestro rey Carlos I así como de otros importantes dirigentes europeos, como el entonces Papa Clemente VII, la resistencia a las tropas estadounidenses en Filipinas ola expulsión de las destructoras y asesinas hordas marxistas de nuestra tierra ya en el siglo XX. A todos estos nobles, heroicos y grandes actos y añadiendo todos los que nos dejamos (que, en suma, son infinitamente mayores) les debemos respeto, recuerdo, orgullo y emoción, pues fue así como se forjó nuestra noble Patria a lo largo de los siglos. Sembrando la admiración, el respeto e incluso el miedo entre el resto de naciones hacia nosotros.

Es por este motivo por lo que exigimos esta orgullo de los españoles hacia su Tierra y Patria, hacia su Pueblo en definitiva, puesto que es la obra que durante miles de años sus antepasados forjaron con su esfuerzo y tesón pensando en sus hijos, generación tras generación, hasta llegar a nuestros días. Constituyen ofensas gravísimas las acaecidas a cargo de algunos ignorantes que, con la excusa de poseer, además del castellano, una lengua diversa al mismo, o bien, unas tradiciones locales específicas, defiendan una supuesta Patria distinta de la española. Entre los casos más sonados encontramos a las españolísimas regiones de Cataluña (no olvidemos que los colores rojo y gualda de la bandera española vienen del pabellón catalán-aragonés) y Vascongadas. Tanto la cultura, como la civilización y como la raza son las mismas en todas las partes diversas de España, incluyendo estos dos territorios. Quizá en siglos primitivos pudo conversarse acerca de una raza vasca pura, sin embargo hablar de ello hoy en día es totalmente una estupidez, pues mediante la mezcla y las migraciones a lo largo de los siglo y aún más en los dos últimos con las sucesivas reconversiones sociales, industriales y económicas que sufrió nuestra nación, es evidente que tal raza primate se ha desvanecido por completo, llegando a integrarse en ese cómputo de razas formadoras de la estirpe española. El caso catalán es similar, sin embargo, gozan todavía de menor razón en cuanto al argumento racial, pues desde el inicio estuvieron dentro del cómputo global racial del resto de la Península, sin existir una unión posterior. Como ejemplos breves, podrían mencionarse los innumerables vascos y catalanes con ascendencia andaluza o extremeña, llegando incluso en número a superar a los que cuentan todos los elementos de sus tres generaciones anteriores como autóctonos de la Tierra.

En cuanto a la lengua y la cultura, ocurre una cuestión similar. El castellano o español es lengua común de todas las personas españolas, tanto un vasco como un catalán o un murciano hablan español, cada ente con su peculiar acento, pero la lengua usada existente es el castellano. Puede ocurrir que, fruto de la antigua desmembración que sufrió nuestra Patria en el esfuerzo por reconquistar tierras al musulmán, pudieran darse peculiaridades locales consistentes en tecnicismos culturales o lingüísticos, pero sin duda constituyen más bien una fuente de riqueza de nuestra nación y no así un punto de confrontación.



Por último, es debido reseñar la existencia de bestias inmundas que dedican su tiempo a atacar a la Patria con la excusa de la internacionalización del mundo, favorables a la existencia de un mundo sin fronteras ni pueblos, en definitiva, sin identidad. Nos referimos claramente tanto al capitalismo como al marxismo. Ambos, con sus armas, llegan a una misma conclusión: la creación de un mundo cosmopolita donde la identidad nacional, en la que se engloban las ideas de civilización, raza y cultura desarrolladas hasta ahora, no existe y, en su lugar, acaecería un ente mundial destructor de todo elemento identificativo, una masa absorbente destructora de tradiciones e historia. Se ve reflejado, como hemos mencionado, tanto en el mundo globalizado capitalista como en el mundo internacionalizado marxista. Ambos entes constituyen simplemente un juego de vocablos diverso para definir distintas ideas pero de igual destructivo resultado. Caminamos hacia ello, pero algunos intentaremos resistir hasta el extremo.


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